Pueblo originarios en los museos:cuando las vitrinas hablan del presente

domingo, 7 de abril de 2013


Pueblo originarios en los museos:

        cuando las vitrinas hablan del presente


Cada país instala diferentes centros culturales en sus principales ciudades, con el fin de conservar y difundir el patrimonio que forma parte constituyente de la identidad de una nación. Dentro de este grupo, los museos se erigen como unos de los preferidos, sobre todo para los turistas, debido a su ubicación céntrica y, en general, al bajo costo de ingreso. En este sentido, la elección de lo que es mostrado y la forma en que está dispuesto cobra gran relevancia, puesto que de este modo se puede apreciar cómo Chile quiere ser percibido tanto entre extranjeros como también entre los propios chilenos.
Al recorrer el Museo Histórico Nacional, uno de los centros mayormente visitados por turistas, colegios, universitarios, etc., el visitante inicia el recorrido por la historia “oficial” del país. La primera puerta  encamina hacia una sala pequeña que contiene el pasado precolombino del territorio chileno. Al enfrentarse a las muestras, el desconocimiento y negación de los pueblos originarios resurge desde las vitrinas. En seis pequeñas vitrinas se juntan muestras que van desde simples piedras a textiles de distintos grupos indígenas.  De este modo, se pone en una mesa un cuchillo diaguita que quizás, podía haber sido utilizado para cocinar (gracias al museo, eso no se puede saber), junto con un kultrun, objeto sagrado para los mapuches. Las diferencias entre cada grupo, la simbología de sus elementos y la forma en que sobrevivieron, no son reconocidas, siendo todas agrupadas y arrojadas en esa sala fría y pequeña como si fueran un mero trámite necesario de agregar en el museo.  No hay ningún tipo de explicación del contexto, del uso o de la posible cosmovisión que hay detrás de esos objetos, sino que solo son presentados como elementos exóticos, fosilizados y totalmente ajenos a nuestra identidad.
La violencia en contra de los pueblos originarios golpea aun mas al avanzar por el resto de las salas, grandes y luminosas, que muestra cómo la cultura europea vino a “mejorar” las condiciones de vida del país. De hecho, los objetos ya no son mostrados en vitrinitas, sino que en verdaderos montajes a gran escala que intentan retratar de la mejor forma posible el modo en que se vivió durante la colonia. Cada cuadro, ropaje, cuchillo, espada, etc., contiene el nombre de su portador; el colonizador tiene rostro, nombre y apellido mientras que el indígena no es más que una sombra que susurra en los rincones del museo, pidiendo el reconocimiento que nunca le han dado.  Al terminar el recorrido (que contempla dos pisos), el visitante ya se ha olvidado de la ínfima muestra indígena, mientras que los vestidos de las damas del siglo XVIII o XIX, los grandes retratos de los conquistadores, las maquetas del Santiago colonial, etc., aun resuenan en su mente.
Cerca de ahí, el Museo de Artes Visuales (MAVI) por medio de la curaduría de NuryGonzález y Josefina González (a diferencia de lo que ocurre en el Museo Histórico Nacional, donde nunca se menciona el equipo curatorial) se exponen en una sala objetos pertenecientes a los pueblos originarios. Al contratar esta muestra con la del museo antes mencionado, las diferencias saltan a la vista. La sala es más amplia y luminosa, en donde en vez de las pequeñas mesas vitrina de Museo Histórico Nacional hay grandes espacios que, además, siguen un orden según los diferentes territorios habitados en Chille.  Debajo de cada elemento hay una explicación de su uso y del posible significado que pudo tener para el grupo indígena en cuestión, de manera que una simple cerámica, en gorro de plumas o un cesto tejido cobran inmediatamente otro sentido para el espectador.
Pero sin duda, la mayor diferencia radica en la información entregada por los curadores al comienzo del recorrido, en donde reconocen las posibles equivocaciones, faltas de información y prejuicios que se puedan cometer. En ese espacio, se busca respectar y acercar al público a la cosmovisión de los pueblos originarios, sin pretender constituirse como la historia oficial y única respecto a su cultura, sino que al contrario, se deja claro que la historia contada en ese espacio, es solo la versión contada desde nosotros, hijos del mestizaje y de la República chilena.
Al contrastar estos dos espacios, el museo se instala como un lugar que muchas veces, más que rescatar la visión y cultura de, en este caso, los pueblos originarios, dejan a la vista la identidad y postura de quienes organizan estos espacios. En este caso, a pesar de las diferencias enunciadas, lo que una ambas muestras es la fosilización de los pueblos originarios, mostrados como parte de un pasado lejano y extraño, no como culturas que aun sobreviven a la indiferencia de las instituciones gubernamentales y al olvido voluntario de la mayoría de los chilenos.
escrito por Francisca Segovia

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