Adolecentes Hoy

domingo, 7 de abril de 2013


Adolescentes y tecnología:

Mi celular y yo

El adolescente de hoy en día se detiene  frente al espejo… observa su rostro, su cuerpo… y no sabe cómo comenzar a describirse, se imagina inserto en diferentes situaciones y no se siente conforme con su desempeño social, le asusta el rechazo y no es muy bueno en la oralidad. Insiste en repensar nuevamente sus líneas, utilizar la palabra precisa, el gesto perfecto, pero algo le falta… mira a su alrededor y no encuentra respuesta: no están sus padres y sus hermanos duermen o permanecen en el computador, por eso toma su Smartphone y consulta con la aplicación que mide los niveles de ansiedad y que determina si se sufre de depresión o simple idiotez… se conforma pues en un click cree haber solucionado su problema, se saca una foto y la publica satisfecho y sin darle muchas vueltas.
Al rato, siente la imperiosa necesidad de indicar en Facebook sus pensamientos, si durmió bien, si le gusta el día, la clase o el mundo… Busca  una línea que sea lo suficientemente buena para presentarse, para validarse ante los demás; dando a conocer sus cualidades, defectos y virtudes.
Desprovisto de complejo alguno exhibe su perfil cibernético (con todo lo que ello incluye) con una seguridad admirable, a pesar de que no suceda lo mismo cuando le toca exponer en público o emitir su opinión. Su inseguridad, vergüenza y temor le impiden enfrentar con agrado la situación. Recuerda la confortable silla de su escritorio y la pantalla como única referencia y conexión con el exterior.
Su mundo oscila entre lo real y lo virtual, predominando fuertemente este último como un modo de relacionarse con su entorno y ocultar, resguardar y protegerse, -paradójicamente- de la exposición pública y del ojo crítico: evitando quedar en evidencia, seleccionando su historia y proyectando otra realidad, una mucho más divertida, feliz, agradable, más ondera y más light.
Asimismo disfruta de la múltiple comunicación y la posibilidad de estar en distintos escenarios al mismo tiempo, aunque en definitiva nunca esté realmente en uno.
Olvida que la tecnología carece de personalización en las relaciones,  intimidad y  privatización de los espacios personales, que como parte de la industria busca ofrecerle satisfacciones que nunca podrá alcanzar, pero es tan la publicidad y tan amplia la cobertura que no parece afectarle. Por otro lado predomina la acogida que le ofrece esta instancia dialéctica en términos de suplir las faltas de permiso, castigos u obligaciones con los hermanos pequeños, lo que muchas veces lo ha alejado de la vida social, apartándolo, de este modo, de sus más cercanos y situándolos ante lo desconocido e incierto, igual de riesgoso que la vida real.
Sin embargo, existe un aspecto que limita aún más la socialización: los aparatos tecnológicos permiten filtrar  gran cantidad de amenazas, pues disponen de opciones que permiten borrar, editar y bloquear a la persona no deseada con un facilismo que lo confunde y le hace creer que puede realizarse esa operación en la realidad, alterando su forma de concebir frustraciones e impidiéndole incrementar su tolerancia y realizar un esfuerzo por tener mejores relaciones. Por eso que no se esfuerza en desarrollar amistades y navega esperanzado por la cantidad de interacción que ofrece el monitor, conmocionado por la aceptación y empatía de los múltiples íconos, agradado al reconocer que su estado genera recepciones que quizás, nunca esperó tener… y olvida que su vida transcurre en horas y horas de monotonía que lo sumerge y abraza en la digitalización de la realidad que parece, ahora, como un infinito no lugar.
En sus tiempos libres, el celular lo acompaña y es muy probable que cualquier otra cosa se le olvide menos este aparato. Y lo que es peor: toda su vida está condensada en sus distintas aplicaciones y usos. Es por eso que su lealtad al aparato es total: su relación con éste es de exclusividad, pues mientras almuerza mira el celular, se toma un té y vuelve a mirar, estando aburrido, triste, contento, celoso, melancólico… el dispositivo sigue ahí ofreciéndole una forma de vaciar sus interrogantes, distraerse de lo esencial y no perderse un segundo de interacción.
Antes de llamar a alguien, verificará los minutos y mensajes que le quedan… y pensará si tiene posibilidad de acceder a esta comunicación, viéndolo casi como un regalo de la compañía. En la mayoría de los casos, optará por un mensaje con un número reducido de caracteres, no por el costo, sino por el tiempo invertido en ello. A medida que comienza a escribir, percibe que hay palabras que ha olvidado, que ya no recuerda cómo escribirlas porque han caído en desuso para él. Si bien se da cuenta de eso, no alcanza a tomar conciencia, porque en ese mismo instante llegó una actualización de estado en Facebook, se le sugirió amistades y llegó un what’s up. Feliz se regocija en su agitada vida social, olvidando rápidamente lo que sólo hace segundos había descubierto.
Por la tarde, mientras espera en el paradero o fila del supermercado se entretiene descargando aplicaciones y mandando mensajes por doquier, se ríe solo y piensa en voz alta, desconociendo todo aquello que lo rodea.
Al llegar a su hogar, ordenar algunas cosas y comer algo, carga su celular, enciende su computador y la televisión y divide su atención entre el bombardeo de los objetos que se presentan como sus compañeros más fieles y leales hasta la llegada de sus padres.
Sucumbe ante los comerciales y sus mensajes solapados, se emociona con las propagandas, sintoniza programas juveniles y se entrega al placer del no-pensar. En medio de ese estado de relajación postea en Facebook lo bueno, lo malo y lo feo y espera el tan anhelado feed-back… pasan los segundos y no sucede nada… se agita levemente pero sabe que el comentario no se hará esperar, cuenta con un número importante de amistades y sabe que la mayoría está en la misma sintonía que él.
Sin embargo, a los 25 minutos ya presiente que algo extraño ha sucedido. Cuestiona la conectibilidad, reinicia el módem, piensa en llamar a la compañía… su desesperación se hace evidente ante la posibilidad de que el artefacto esté fallando y sólo recupera la calma cuando emerge la primera notificación que indica que a fulano le ha gustado su comentario.
Cierra los ojos… se tranquiliza… todo ha vuelvo a la normalidad…  
Tras ese ejercicio, la mirada al espejo se torna difusa, discurriendo entre el ser y no ser, ocultando los vacíos, los problemas, la historia… y centrándose en la contingencia y banalidad… legitimando su identidad  y desarrollando relaciones a través de la espectacularidad que le ofrece esta instancia rodeada de objetos inanimados que han sabido superar las palabras y el contacto del que no tiene quien lo reciba con un abrazo después de llorar…

escrito por Carla Guerén Araya

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