La cultura hoy

domingo, 7 de abril de 2013


Políticas culturales en Chile:

al ritmo de apagones y destellos

A comienzos de los noventa el país estaba sumido en un ambiente efervescente, que creía ciegamente en un proceso de cambio y transformación social en el que la cultura cumpliría un rol fundamental desde las posibilidades que le brindaba la libertad recién recobrada.  Es así como desde aquel entonces se ha dado paso a la creación de entidades como el  Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, propuesto desde 1993, del Fondo de Desarrollo de las Artes y la Cultura (FONDART), el Consejo del Libro y el Fondo Nacional del Libro y la Lectura, la Sociedad Chilena del Derecho de autor (SCD) y, posteriormente, a la Sociedad de Actores Nacionales de Teatro, Cine y Audiovisual (ATN), etc. Al ver las cifras y la cantidad de entidades creadas en esta época se percibe un avance en relación a la cultura y las artes, lo que se pone en duda si nos detenemos un momento para observar las calles, la realidad en regiones, la parrilla programática de televisión, la falta de revistas culturales, el lucro de la educación y la opresión a todo lo que se oponga a este sistema neoliberal. Al observar las contradicciones de este sistema pareciera ser que estamos parados ya no ante una esperanza, sino ante un engaño más, en donde las promesas de equidad y difusión cultural no estaban al final del “glorioso arcoíris democrático”.
Para la UNESCO la cultura estaría conformada por rasgos espirituales, materiales y afectivos que se encuentran en una sociedad y que inevitablemente, repercuten en el sujeto que la habita. Pero lograr establecer una descripción de lo que es cultura  que pueda generar un consenso es aun una tarea difícil, puesto que la experiencia de cada sujeto es particular y única, variando constantemente a lo largo de su vida. Para mí, cultura es aquello que se nutre incluso de las cosas más triviales, como el color que rodea nuestro entorno, el olor de nuestros alimentos, la comunicación que tenemos con los otros, los sonidos que percibimos desde nuestra infancia, etc. Vale decir, todo aquello que construye y va modificando nuestra experiencia y que determina cómo nos enfrentamos al arte, al conocimiento y al mundo en general.
            Ciertamente no puedo verme representada a cabalidad en las políticas culturales propuestas tanto en el gobierno de Michelle Bachelete como en el actual gobierno de Sebastián Piñera. Aunque en se presentan ideas esplendorosas y comprometidas con la gente, casi parafraseando los postulados de la UNESCO, los hechos no dejan de demostrar que la mayoría son líneas vacías y falsas, dejando a la luz la visión de la cultura como una forma más de obtener votos en las próximas elecciones.
|           Se repiten lineamientos en busca de una mayor difusión, del posicionamiento de Chile en el ámbito internacional, de la descentralización, del respeto por la diversidad cultural del país, de la valoración del arte como una profesión digna, de la libertad creativa por sobre todo, etc.  Ambos recogen las ideas planteadas por la UNESCO, reconociendo  a la cultura como parte fundamental en el desarrollo del sujeto y de la sociedad. Pero cada día los hechos van reafirmando la agónica lucha de la cultura, las artes y las tradiciones populares del país, que han pasado a transformarse en una especie de museo, del que se cree representa nuestra identidad como chileno pero que, al contrario, solo recoge la parte llamativa y típica para sorprender a espectadores ajenos a ellas.
            En las políticas culturales 2005-2010, la atención se fija en los avances obtenidos desde la democracia, partiendo incluso con una alusión bastante indirecta a la crisis cultural que genera la dictadura militar por medio de la expresión “apagón cultural”. La cultura se presenta como una especie de excusa, que muestra todos los avances (sobre todo económicos) que se han logrado en el país en democracia. 
En muchas ocasiones la cultura, más que estar ligada a afectos, a materialidades, al arte, o al supuesto espíritu denominado por la UNESCO, está ligada a la situación económica del país; así nos enteramos de que el 72, 6% de los chilenos tiene casa propia, de que el 90% cursa la enseñanza media, de que ha crecido en un 43% el sector primario de trabajo, o de que un poco más de dos millones de chilenos viajan por placer fuera de Chile.
A medida que avanza la reflexión, se esbozan las diferencias en el acceso a la cultura según clase social, sin entregarse respuestas claras que permitan entender cómo luchar contra esta permanente desigualdad cultural. El contraste entre las cifras económicas y la relación entre estrato social y acceso a la cultura no termina de desarrollarse, como si se cumpliera el objetivo solo verbalizando dichas desigualdades sociales, como si estuviera acertado decir que menos del 10% de la población viaja por placer al extranjero mientras solo un 20% (que sea el grupo social no parece una coincidencia que haya que obviar) tiene la facultad de costear el acceso a la “alta cultura”
Señalan que el medio más masivo de cultura es la televisión con un 93.8% de la población, lo que no deja de ser inquietante, puesto que desde comienzos de siglo, la industria cultural televisiva parece sostenerse de manera creciente en farándula. El poder de la televisión ha quedado subsumido a la industria cultural de masas, que en vez de fomentar el arte encierra cada día más a la gente en cahuines y problemas superficiales que luchan por mostrarse como representativos de la sociedad. Algo similar ocurre con los medios de prensa, que relegan a la cultura al ámbito de espectáculos o en un espacio reducido de las páginas finales sin brindarle la importancia que merece ni la difusión que corresponde. Es así como creer me parece difícil, ya que la poética de las propuestas del gobierno nunca serán suficientes si no logran concretizarse.[1]
En las políticas del 2011-2016, que se dedica más que nada a repetir los mismos puntos de los cinco años precedentes, entregando aún menos claridad respecto a las políticas concretas que se adoptaran en cuanto a cultura. Las propuestas de este periodo, se encargan más que nada de dotar de cierta espiritualidad (al igual que la UNESCO) al arte y la cultural, utilizando incluso en ya desechado concepto de belleza. La cultura es concebida como una especie de espíritu beatificado con tintes claramente religiosos, que une al país en una misma identidad. Es así, como la cultura se homogeniza en el concepto de bondad y de belleza, excluyendo inmediatamente la tan bullada aceptación de la diversidad cultural que proponen en casi todas sus páginas.
Tan bueno es este espíritu cultural que merodea por las políticas del actual gobierno, que en más de cinco ocasiones menciona la importancia de potenciar su aprehensión y difusión en la escolaridad y en el ambiente académico en general, lo que no se condice con las horas pedagógicas restadas  a la asignatura de artes visuales o de ciencias sociales en todos los colegios del país, la prohibición de cualquier tipo de manifestación “ruidosa” en el centro de Santiago, y como mencioné anteriormente, la sobrecarga de farándula en los medios de comunicación masivos.
Ambas políticas ven a la cultura como parte de nuestra identidad, de nuestra experiencia. Las primeras líneas en cuanto a identidad, son siempre mirando modelos internacionales, sobre todo europeos. En las dos presentaciones de políticas culturales, las relaciones con países fronterizos ocupan el último lugar de importancia, al igual que la aceptación de las manifestaciones indígenas.  Aceptar, por ejemplo, a nuestros pueblos originarios, no debe ser una iniciativa como la Teletón o Chile ayuda a Chile, como siento lo ha sido hasta ahora; no estamos haciendo una obra de beneficencia al reconocerlos, sino que debe ser una realidad concreta, que no se desmienta a partir de la violencia que ejerce el gobierno sobre ellos.
Si la cultura es lo que contiene nuestra identidad, realmente estamos muy lejos aún de llegar a valorarla como se debe, ya que no hemos terminado de aceptar como sociedad todas aquellas diferencias que el sistema neoliberal pretende absorber; la homosexualidad, la igualdad de géneros, de estratos sociales e incluso la diferencia en lo que a gusto se refiere, ya que todavía la distinción entre el buen y mal gusto se encarga de estigmatizar a los sectores distintos de la hegemonía en este país.
Por esto, aparte de la letania que produce leer tres documentos (declaración de la UNESCO, políticas 2005-2010 y políticas 2011-2016) que remiten lo mismo de distintas maneras, no pude dejar de sentir impotencia ante el descaro de estas propuestas, que por muy buenas y quizás, sinceras intenciones que tengan, no le toman el peso real a lo que significa unificar al país en torno al acceso y al fomento de la cultura en todos sus ámbitos. No obstante, creo que esa verdadera concientización llegará cuando se asuman el fracaso del sistema neoliberal como modelo inclusivo y multicultural.



[1] En este sentido, llama la atención que el eslogan de la democracia y la nueva cultura se centre “la libertad de creación, producción y difusión artística y cultural” (12) para que luego se censure, por ejemplo, la muestra de artefactos de Nicanor Parra en el año 2006. 
escrito por Francisca Segovia

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