Cuenca del Lago Ranco

martes, 9 de abril de 2013




Un pequeño viaje al cine de los pueblos originarios


En los días en que se presentaba el Festival de Cine de Valdivia, por supuesto no me pude desligar del trabajo para ir a disfrutarlo y nada más soñé – por unos breves y fantásticos segundos de magia casi cinematográfica - con que lo hacía. Sin embargo, la realidad me golpeó de vuelta rápidamente y me tuve que conformar con meterme a la página web del certamen e indagar acerca de lo que se estaba presentando. Así, de manera virtual pude navegar entre las cintas que se mostraron. Entre éstas, una que me llamó la atención nada más que por el título fue la llamada Cuenca del Lago Ranco, ya que, como estaba en afán viajero y conozco la zona, me transportó nuevamente hasta esta parte del sur de Chile.
La película estaba en la sección Ventana de Los Ríos junto a otras de realizadores de la región. Siendo un  documental, pude ver una copia en completa en Cinechile. De este modo, en el lapso de treinta minutos disfruté de un filme sencillo, pero ordenado, casi mudo y, sin embargo, significativo.
La cinta narra el viaje de Pablo Manquilef, un arquitecto y muralista que recorre la zona indagando acerca de su cultura de origen e intercambiando murales por la acogida. Así comparte en distintos Lof o comunidades en el pueblo de Lago Ranco, Rupumeica (lago Maihue), Llifén y Puerto Kaif, ubicado en la Isla Huapi  y en medio del lago Ranco. En ellos descubre primero la sabiduría de las médicas mapuches, quienes le enseñan secretos de naturaleza para el tratamiento de dolencias; el reclamo de su pueblo ante la pronta construcción de una central hidroeléctrica (Maqueo, en Maihue durante 2010) y las tradiciones de convivencia entre ellos. Sus obras murales son un reflejo de aspectos de la cultura mapuche que los identifica de acuerdo a cada lugar que visita y se constituyen en un testimonio no sólo de su paso por la cuenca sino también de la cosmovisión de su pueblo.
La película, por razones obvias, me llevó a otra reflexión: cuesta encontrar cine ligado a los pueblos originarios, en especial en los últimos cuarenta años. Durante la Unidad Popular se hizo un esfuerzo mediante la política cultural del gobierno de rescatar las raíces étnicas a través del documental, pero tras el golpe de Estado, la relación de la producción audiovisual con las culturas originarias se enfrió. 
Hoy, las luces surgen usualmente de la mano de documentales acerca de la cultura mapuche,  como "NewenMapuche”  de Elena Varela que denuncia la discriminación y la injusticia en el conflicto mapuche -y que ella misma sufre – en 2010 o el documental La Voz Mapuche (Pablo Fernández- Andrea Henríquez, 2009), en un tono parecido al de Vergara y Manquilef en el lago Ranco.
Sin duda, culturas como la selk’nam en la Patagonia constituyen casi una rareza para los registros y la única cinta de los últimos diez años que tuvo algo que decir al respecto fue Yikwa ni selk’nam (Nosotros los selk’nam) (Cristian Aylwin, 2002). Por supuesto, que en materia de cortometrajes el espectro prolifera un poco, aunque predomina igualmente el formato documental, se pueden encontrar también filmes de otras culturas como, por ejemplo, Aymara, Marka Milena (2010).
¿Y qué pasa con el cine de ficción en torno a los pueblos originarios en nuestro país? 
Tal vez una de las pocas películas que se le acerca y en la que pensamos rápidamente es Cautiverio Feliz, de Cristián Sánchez (1998), filme adaptado de la crónica de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, quien siendo prisionero de mapuches aprendió a comprenderlos.  Sin embargo, creo que el tema es el menos tratado de la historia del cine nacional, dejándonos en deuda con nuestras raíces originales, con los pueblos que forman parte de nuestra identidad y a los que deberíamos respetar y conocer. Un sinfín de relatos de ficción se puede crear tomando su imaginería y costumbres. Me gustaría ver una cinta que me contara la historia de un Lonko famoso o de una Machi que cambió la vida de su gente. Esperemos que los próximos realizadores no olviden que los pueblos originarios siguen entre nosotros y que también forman parte de nosotros.
escrito por Pilar Saldaña

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